lunes, 12 de mayo de 2014

No se hace el mismo camino dos veces

   El rey Redji tenía una hija de una rara belleza, llamada Arondo. Redji decía:
Poco me importa que un hombre venga a ofrecerme esclavos, riquezas o marfil para casarse con mi hija; no la tendrá. Quiero por yerno a un hombre que se comprometa a enfermar si mi hija se pone enferma y a morir si ella muere.
como eran conocidas las condiciones del padre, nadie pedía a la hija en matrimonio. Un día , sin embargo, llega un hombre llamado Akenda-Mbani(el que no va dos veces al mismo sitio). Dice a Redji:
Quiero casarme con tu hija; consiento en morir si Arondo muere.
Así fue como Akenda-Mbani se casó con Arondo. Akenda era un gran cazador. Apenas casado, se fue a cazar y mató dos cerdos salvajes. A su regreso dijo:
he matado dos cerdos y te traigo uno.
Redji le respondió:
Ve a buscar también el otro.
A lo cual Akenda-Mbani replicó:
Mi padre me transmitió junto con su nombre la prohibición de ir dos veces al mismo lugar.
Otro día volvió a ir de caza y mató dos antílopes. A su regreso dijo a Redji:
Padre, he matado dos antílopes y te traigo uno.
El rey le dijo:
Te lo ruego, yerno, ve a buscar el otro.
Sabes bien-respondió el yerno- que no puedo ir dos veces al mismo lugar.
En otra ocasión volvió a ir a cazar y mató dos bongos (especie de antílopes), pero tampoco trajo más que uno. Misma petición, misma respuesta. Entonces Redji, viendo tanta caza abatida para nada, dijo al otro:
Te lo ruego, yerno, indica a alguien el lugar donde ha caído el otro bongo.
Akenda-Mbani respondió:
Si lo hiciera, tendría miedo de morir.
La noche del mismo día, llegó una canosa de los Orungus con artículos de comercio y se detuvo a la orilla del río. Akenda-Mbani dijo a su mujer Arondo:
Vamos a ver a los Orungus.
Fueron a verlos y volvieron a su casa con un cofre lleno de mercancías. Los Orungus, mientras tanto, comerciaron con los habitantes del pueblo; después, en el momento de partir, fueron a casa de Akenda-Mbani, que les confió diez esclavos, les regaló dos perros y diversas cantidades de plátanos, esteras, gallinas, etc. Finalmente los Orungus se marcharon. Pasaron unos meses. Un buen día, Arondo dijo a su marido:
Nunca hemos abierto la caja que viene de los Orungus. Miremos qué contiene.
La abrieron y encontraron una tela.
Querido amigo-dijo Arondo-Mbani-, córtame dos varas de esta tela, pues me gusta mucho.
Tras lo cual salieron de la habitación; Arondo se sentó en su cama; Akenda-Mbani  en un taburete, y de repente Arondo exclamó:
Querido marido, empiezo a tener dolor de cabeza.
¡Oh, oh-dijo el marido- ¿quieres, pues, que me muera?-y la miró fijamente.
Ató un vendaje alrededor de la cabeza de su mujer y hizo lo mismo con la suya. Arondo se puso a gritar diciendo que su dolor de cabeza empeoraba, y el pueblo, al oír sus gritos, se reunió a su alrededor: Redji apareció y le dijo:
No grites, hija mía, no te morirás.
Entonces Arondo preguntó:
Padre, ¿por qué me dices que no me moriré.
Si temes la muerte, puedes estar segura de que se producirá.
Apenas había acabado de pronunciar estas palabras, ella expiró.
Todo el pueblo se lamentó en señal de duelo, y Redji dijo:
Ahora que mi hija ha muerto, es necesario que Akenda-Mbani muera a su vez.
El lugar de sepultura se llama Djimai. Los habitantes fueron a cavar una fosa para los dos cuerpos que habían de ser enterrados en ella juntos. Redji hizo poner en la tumba común un esclavo, un colmillo de elefante, unas campanillas, unas esteras, vajilla y el lecho nupcial. Añadió el cuchillo, la bolsa de casa y la lanza de Akenda-Mbani . Entonces el pueblo dijo;
Cubramos todo esto de tierra y elevemos un pequeño montículo.
cuando Agambuai (el oráculo del pueblo) oyó esto, dijo a Redji:
Tened cuidado, aquí hay leopardos.
Entonces Redji exclamó:
Que no se eleve ningún montículo, pues los leopardos podrían venir a escarbar la tierra y comerse el cuerpo de mi hija.
Al oír esto el pueblo dijo con una sola voz:
Cavemos una fosa más profunda.
Así, pues, retiraron de la fosa a Arondo y a su marido y los pusieron en dos escabeles mientras cavaban y volvían a cavar el hoyo; colocaron también a la muerta. Cuando fueron a hacer lo mismo con Akenda-Mbani, éste se reanimó y les dijo:
No voy nunca dos veces al mismo lugar; ¿por qué meterme en la tumba y sacarme de ella, cuando todos sabéis que no vuelvo nunca a donde ya he estado?
Cuando Redji oyó estas palabras, se enfureció con los sepultureros y les dijo:
Sabéis bien que Akenda-Mbani, como lo prueba su nombre, no va nunca dos veces al mismo sitio. ¿Por qué lo habéis retirado, pues, del lugar donde estaba?
Entonces ordenó al pueblo que apresar a Agambuai y le cortara la cabeza.

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