jueves, 15 de mayo de 2014

Espejos

   Un hombre muy pagado de sí mismo mandó cubrir con espejos todas las paredes y el techo de su habitación más bella. Se encerraba a menudo en ella, contemplaba su imagen, se admiraba en detalle, por arriba, por abajo, por delante, por detrás. Se sentía de ese modo entonado, listo para enfrentarse al mundo.
Una mañana abandonó la estancia sin cerrar la puerta. Entró en ella su perro. Al ver otros perros, los olfateó; como le olfateaban, gruño; como gruñían, los amenazó; como le amenazaban, les ladró y se abalanzó sobre ellos. Fue un combate espantoso: ¡Las batallas contra uno mismo son siempre las más feroces! El perro murió extenuado.

Un asceta pasaba por ahí mientras el amo del perro, desconsolado, mandaba tapiar la puerta de la sala de los espejos.
Este lugar puede enseñarte mucho-le dijo-. Déjalo abierto.
¿Qué quieres decir?
El mundo es tan neutro como tus espejos. Según nos mostremos maravillados o ansiosos, nos refleja lo que le damos. si eres feliz, el mundo lo es. Si estás atormentado, también lo estará el mundo. En él combatimos sin tregua nuestros reflejos y morimos en el enfrentamiento. Que esos espejos te ayuden a comprender esto: en cada ser y en cada instante, feliz, fácil o difícil, no vemos a la gente ni el mundo, sino sólo nuestra imagen. observa esto, y todo temor, todo rechazo, todo combate te abandonarán.

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