viernes, 16 de mayo de 2014

Las palabras son poderosas

   Había un samurai que era muy diestro con la espada y a la vez muy soberbio y arrogante. De alguna manera, él sólo se creía alguien y algo cuando mataba a un adversario en un combate y, por eso, buscaba continuamente ocasiones para desafiar a cualquiera ante la más mínima afrenta. Era de esta manera como el samurai mantenía su idea, su concepto de sí mismo, su férrea identidad.
En una ocasión, este hombre llegó a un pueblo y vio que la gente acudía en masa a un lugar. El samurai paró en seco a una de aquellas personas y le preguntó:
¿A dónde vais todos con tanta prisa?
Noble guerrero-le contestó aquel hombre que, probablemente, empezó a temer por su vida-, vamos a escuchar al maestro Wei.
¿Quién es ese tal Wei?
¿Cómo es posible que no le conozcas, si el maestro Wei es conocido en toda la región?
El samurai se sintió un estúpido ante aquel aldeano y observó el respeto que aquel hombre sentía por ese tal maestro Wei y que no parecía sentir por un samurai como él. Entonces decidió que aquel día su fama superaría a la de Wei y por eso siguió a la multitud hasta que llegaron a la enorme estancia donde el maestro Wei iba a impartir sus enseñanzas.
El maestro Wei era un hombre mayor y de corta estatura por el cual el samurai sintió de inmediato un gran desprecio y una ira  contenida.
Wei empezó a hablar:
En la vida hay muchas armas poderosas usadas por el hombre y, sin embargo, para mí, la más poderosa de todas es la palabra.
Cómo puede un viejo estúpido como tú hacer semejante comentario-Entonces sacando su katana y agitándola en el aire, prosiguió-. Ésta sí que es un arma poderosa, y no tus estúpidas palabras.
Entonces el maestro Wei, mirándole a los ojos, le contestó:
Es normal que alguien como tú haya hecho ese comentario; es fácil ver que no eres más que un bastardo, un bruto sin ninguna formación, un ser sin ningunas luces y un absoluto hijo de perra.
Cuando el samurai escuchó aquellas palabras, su rostro enrojeció y con el cuerpo tenso y la mente fuera de sí empezó a acercarse al lugar donde Wei estaba.
Anciano, despídete de tu vida porque hoy llega a su fin.
Entonces, de forma inesperada, Wei empezó a discuplarse:
Perdóname, gran señor, sólo soy un hombre mayor y cansado, alguien que por su edad puede tener los más graves de los deslices. ¿Sabrás perdonar con tu corazón noble de guerrero a este tonto que en su locura ha podido agraviarte?
El samurai se paró en seco y le contestó:
Naturalmente que sí, noble maestro Wei, acepto tus excusas.
En aquel momento Wei le miró directamente a los ojos y le dijo:
Amigo mío, dime: ¿son o no poderosas las palabras?

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