martes, 13 de mayo de 2014

El anciano y el buscador

Un hombre estaba muy interesado en conocerse a sí mismo, en iluminarse. Toda su vida había buscado un maestro que le enseñara la verdad de la vida. Había ido de maestro en maestro, pero no sucedía nada.
Pasaron los años. El hombre estaba ya cansado, exhausto. Entonces alguien le dijo:
si de verdad quieres encontrar a tu maestro, tendrás que ir al Nepal. Vive allí un hombre que tiene fama de ser muy sabio. Nadie sabe exactamente dónde, es una incógnita; tendrás que buscarlo por ti mismo. Una cosa es cierta: no será fácil. Dicen quienes lo buscaron que cuando alguien llega a dar con su paradero, él se adentra todavía más en las montañas.
El hombre se estaba volviendo viejo, pero hizo acopio de valor. Durante dos años tuvo que viajar en camellos, en caballos, y después caminar hasta llegar al sitio, al pie de la montaña donde empezar a buscar.
La gente decía:
Sí; conocemos al anciano, es tan viejo...uno no puede saber qué edad tiene; quizá trescientos años, acaso quinientos...nadie lo sabe. Vive por aquí, sí, pero el sitio exacto no lo sabemos...Nadie lo sabe con precisión, pero se sabe que anda por aquí. Si buscas con empeñó lo encontrarás.
El hombre buscó, buscó y buscó. Dos años más estuvo vagando por el Nepal, cansado, absolutamente extenuado, viviendo de frutos salvajes, hojas y hierbas. Había perdido mucho peso; pero estaba decidido a encontrar a ese hombre. Merecía la pena, aunque le costara la vida.
Un día, alguien le dijo al buscador que el viejo vivía en la cabaña que estaba arriba del monte. Con sus últimas fuerzas trepó hasta la pequeña caseta de paja. Casi arrastrándose se acercó y empujó la endiable puerta. Entonces vio, tirado en el piso, el cuerpo inmóvil de un anciano.
Se acercó y se dio cuenta de que era el maestro...
Sí, había llegado tarde. El viejo estaba muerto.
El hombre cayó al suelo, abrumado por el cansancio, el dolor y la decepción.
Durante dos días y sus noches lloró sin moverse de su lado. Al tercer día se levantó y salió a beber un poco de agua.
Se encontró allí, bajo el sol, respirando la fresca brisa de las montañas. Y por primera vez en mucho tiempo se sintió aliviado, sereno, sin urgencias, feliz...¡Nunca había sentido tal dicha!
De repente se sintió lleno de luz.
De repente, todos los pensamientos desaparecieron, sin razón alguna, porque no había hecho nada.
Y en entonces se dio cuenta de que alguien se encontraba a sus espaldas...
Giró lo vio. Allí estaba el anciano, el maestro, el iluminado. Lo miraba sonriendo.
Al cabo de un rato le dijo:
Así que finalmente has llegado. ¿Tienes algo que preguntarme?
Y el hombre, que finalmente lo había buscado, contestó:
No.
Y ambos rieron a grandes carcajadas que resonaron en el eco de los valles.

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