jueves, 15 de mayo de 2014

La esencia de la sabiduría

   Un viejo rey había muerto demasiado pronto. Su joven hijo aún no había alcanzado la madurez. Subió al trono, preocupado por estar tan poco formado para el cargo que le correspondía. Tenía esa penosa sensación de que la corona se le caía de la cabeza, de que era demasiado grande y demasiado pesada. Se atrevió a decirlo. Los consejeros se tranquilizaron; pensaron: "Su conciencia de no saber, de no estar listo, le predispone a ser un buen rey, capaz de aceptar consejos, de escuchar sugerencias sin precipitarse a la hora de tomar una decisión, de reconocer un error y de aceptar corregirlo. Alegrémonos por el reino". Él, deseoso de instruirse, hizo llamar a todos los sabios del reino: eruditos, monjes y sabios probados. De entre ellos eligió a algunos como consejeros y pidió a los demás que recorrieran el mundo entero para ir a buscar y traer toda la ciencia conocida en su época, con el fin de extraer de ella el conocimiento, incluso la sabiduría.
Algunos partieron tan lejos la tierra podía llevarles, otros tomaron vías marítimas hasta los confines del horizonte. Resgresaron dieciséis años más tarde, cargados de rollos, libros, sellos y símbolos. El palacio era vasto. No pudo, sin embargo, alberga tan prodigiosa abundancia de ciencia. Sólo el que regresaba de China había traído consigo, sobre innumerables dromedarios, los veintitrés mil volúmenes de la enciclopedia Can-Xi, así como las obras de Lao Tsi, Confusio, Mencio y otros muchos tanto renombrados como desconocidos!
Él recorrió a caballo la ciudad del saber que había tenido que mandar construir para recibir tal abundancia. Se sintió satisfecho de sus mensajeros, pero comprendió que una sola vida no bastaría para leerlo todo, para comprenderlo todo. Solicitó entonces a los letrados que leyeran los libros en su lugar, que extrajeran de ellos la médula esencial y que redactaran, para cada ciencia, una obra comprensible. Pasaron ocho años antes de que los letrados pudieran entregar al rey una biblioteca constituida. Ya no era tan joven, veía la vejez llegar dando zancadas, y comprendió que no tendría tiempo en esta vida para leer y asimilar todo eso. Pedió entonces a los letrados que habían estudiado esos textos que no escribieran más que un único artículo por ciencia, yendo directamente a lo esencial.
Pasaron ocho años antes de que todos los artículos estuvieran listos, ya que buen número de los eruditos que habían partido hacia los confines del mundo recogiendo todo este saber estaban ya muertos, y los jóvenes  letrados que proseguían la obra en curso debían leer previamente todo el material antes de escribir un artículo.
Finalmente, se le entregó un libro en varios volúmenes al anciano rey, postrado en su cama, enfermo. Rogó que cada cual resumiera su artículo en una frase.
Resumir una ciencia en pocas palabras no es cosa fácil. Se necesitan ocho años más. Se concibió un único libro que contenía una frase sobre cada una de las ciencias y las sabidurías estudiadas. Al viejo consejero que le traía el libro, el rey moribundo le pidió en un murmullo:
Dime una única frase que resuma todo este saber, toda esta sabiduría. ¡Una sola frase antes de mi muerte!
Majestad-dijo el consejero-, toda la sabiduría del mundo cabe en dos palabras: "Vivir el instante".

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