martes, 13 de mayo de 2014

Concentración

   No consigo concentrarme. Durante la meditación es peor todavía. Tras haber tomado un baño como es debido, haberme puesto prendas limpias, haber ofrendado flores y prendido el incienso, basta que me siente tranquilamente ¡y ése es justo el momento que elige mi espíritu para saltar en todas las direcciones!
El maestro escuchó al discípulo quejarse una vez más de las dificultades que experimentaba. Luego, con los ojos entreabiertos, preguntó:
¿Hacía dónde salta tu espíritu?
_Swamji, pienso en mi vaca, en su sencillez, en lo que hemos vivido juntos, en los prados y en los bosques donde hemos buscado hierba tierna y agua pura que dan a su leche ese reflejo de miel.
¡Bien! De ahora en adelante te concentrarás únicamente en tu vaca.
¿En...mi vaca?
Eso he dicho.
Oigo y obedezco, Swamji. Me concentraré en mi vaca.

El discípulo volvió a casa, tomó un baño, se vistió con ropas blancas que olean a hierba y a viento, y ofreció un rosario de flores y un recipiente de mantequilla a Krishna.
Entonces prendió en incienso y ató el cabestro de su vaca a una estaca, en medio del campo, allí donde la hierba era carnosa y sabrosa. Entonces se instaló a tres pasos de ella, para no verla más que a ella, para no pensar más que en ella. Ella le miró, sorprendida: él estaba tan inmóvil como una piedra. Ella tiró de la cuerda para aproximarse á él, esperando una caricia en el hocico. Al no haber movimiento por parte de él , ella, resignada, empezó a pacer la hierba que tenía a su alcance. Él permanecía tan tranquilo que ella se olvidó de su presencia. Cuando hubo pacido hasta saciarse, miró fijamente el horizonte, con el ojo desdenfocado, rumiando pausadamente su alimento solitario. Algunas moscas que zumbaban alrededor de su grupa rehuyentó de un coletazo, abofeteando de paso al vaquero.
Con el golpe, éste salió de su sueño. Fue a instalarse a cinco pasos de la vaca para no verla más que a ella, no pensar más que en ella, y estar a salvo de otros golpes inoportunos. Se quedó allí tres horas sin moverse, mientras el sol cocía a fuego vivo su cráneo rapado, que se tornó rosa y después, rojo. Su cerebro, finalmente, entró en ebullición. Se desplomó como un árbol muerto en medio del campo. Deliró durante una semana, luego regresó junto a su maestro.
Swamiji, no puedo contemplar a mi vaca en su prado durante varias horas, el sol me lo impide.
No es necesario que la contemples fuera, qué date sentado en tu choza sobre tu cojín de meditación.
¡Ah, bueno, gracias, Swamiji!

El discípulo regresó a su casa, hizo sus abluciones, se vistió con prendas limpias, ofrendó flores y incienso a Krishna. Luego se fue en busca de su vaca, que jugueteaba en el jardín vecino. La hizo entrar en la choza y se instaló sobre su cojín de hierbas Kusha para no verla más que a ella, no pensar más que en ella. La vaca miró a su alrededor muy sorprendida, pasó varias veces por encima del vaquero tratando de encontrar un sitio agradable, luego se puso a devorar la única hierba del lugar, la del cojín de hierbas kusha. El vaquero se echó a reír. La hierba le hacía cosquillas. Como ya sólo mantenía el equilibrio sobre una nalga, no tardó en caer patas arriba. Esa misma tarde volvió a consultar a su maestro.
¿No puedes pensar en tu vaca sin su presencia física?
¡Desde luego, Swamiji, puedo hacerlo!
Déjala entonces pacer en su campo y concentra tu mente en la imagen que tienes de ella.
Ah, bueno, Swamiji; gracias, Swamiji.

El discípulo regresó a su casa, soltó a la vaca en el campo y se instaló sobre un cojín nuevo para concentrarse en su vaca. Pasaron varios días, nadie lo vio salir de su casa. Sus vecinos se inquietaron. El maestro, advertido de que el discípulo tal vez estuviera enfermo o muerto, acudió de inmediato.
Llamó tres veces a la puerta. No obtuvo respuesta. Quiso empujarla. Estaba cerrada con cerrojo. Llamó a su discípulo, y éste, al oír su voz, salió de su larga contemplación.
¡Sí, Maestro!
¿Qué haces? ?Estás enfermo?
Maestro, perseguía a mi vaca que se había escapado a la jungla. ¿Debo dejarla marchar?
No, no, recupérala. Está bien, sigue.
Pasaron varios días más sin que el vaquero saliera de su casa. Sus vecinos temieron por él: ¡no había comido ni bebido desde hacía tanto tiempo! Algo ocurría
El maestro regresó con ellos, golpeó a la puerta, llamó a su discípulo.
¿Qué haces ahora?
Maestro, he recuperado a mi vaca, pero se ha herido en las zarzas. La estoy curando. ¿Debo abandonarla?
No, no, cúrala. Está bien, continúa.
Prudente, el maestro no esperó a que los vecinos se inquietaran aún más: regresó a la mañana siguiente y rascó la puerta con la yema del dedo.
¿Me oyes? ¿Qué haces ahora?-dijo el maestro.
El batiente se abrió de par en par, se oyó un gran trajín en el interior.
¡Swamji, mis cuernos son demasiado anchos para cruzar esta puerta!
¿Tus cuernos?
¡Musí, mis cuernos!
El maestro entró, le rascó cariñosamente el hocico y le dijo:
Todo está bien. ¡Ahora concentra tu espíritu en Dios de la misma manera!

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