Era un renombrado maestro; uno de esos maestros que corren tras la fama y gustan de acumular más y más discípulos.
En un descomunal carpa, reunió a ciertos discípulos y seguidores. Se erguió sobre sí mismo, impostó la voz y dijo:
—Amados míos, escuchad la voz del que sabe.
Se hizo un gran silencio.
—Nunca debéis de relacionaros con la mujer de otro; tampoco debéis jamás vivir alcohol, ni alimentaros con carne.
Uno de los asistentes se atrevió a preguntar: el otro día, no eras tú el que estabas abrazado a la esposa de Jai?
—Sí, era yo.
—¿No te vi yo el otro día bebiendo en la taberna?- preguntó otro asistente-
—Sí, era yo.
—¿No eras tú el que comprabas carne en el mercado?- preguntó otro-
—Así es, era yo.
En ese momento todos los asistentes se sintieron indignados y comenzaron a protestar.
—Entonces por qué nos pides a nosotros que no hagamos lo que tú haces?
—Porque yo enseño, no practico.-contestó el falso maestro.
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