miércoles, 14 de mayo de 2014

Juicio

   Purnima, la prostituta, soñó esa noche que un brahmán la había visitado y la había honrado. Al despertar, llamó a su sirvienta, le describió al hombre y la envió a pedirle lo que le debía, ya que no había recibido salario alguno por sus servicios.
La sirvienta buscó por toda la ciudad, repitiendo a quien quería escucharla que ese bribón de brahmán había retozado con la prostituta sin pagar por sus servicios. El asunto levantó mucho revuelo. Cada cual lo adornaba con detalles picantes para subrayar la doblez del hombre. Hasta el final del día no se reconoció formalmente al infortunado brahmán. Por desgracia pasaba por la calle principal, se dirigía tranquilamente al templo para realizar los ritos de la tarde. La sirvienta lo vio y se precipitó hacia él, exigiéndole a voz en grito el pago de los honorarios que le debía a su señora. La multitud se iba reuniendo alrededor de ambos. El hombre se vio dolorosamente sorprendido. Explicó que la pasada noche había dormido junto a su esposa, como cada noche desde su boda y que, por tanto, lo confundían con otro. Pero, desde el momento en que cada cual había explicado su delito a todo oído consentidor, había quedado ya juzgado sin rectificación posible. Era forzosamente culpable, estaba condenado a pagar la deuda y los gastos. La multitud creció, insistí, se volvió amenazante. el desgraciado inocente era pobre. Explicó, defendió su causa, tartamudeó, pronto se alarmó. Empezó a implorar a Dios:
Señor, tú que salvaste a Draupadi de la vergüenza cuando los Kaurava querían arrancarle su sari, Tú que levantaste la colina de Govardharna para salvar a los aldeanos de la inundación, acude en mi ayuda, demuestra que soy inocente, salvame de la cólera de estas gentes, pues aun cuando estuviera dispuesto a pagar para salvarme de este peligro sabes que no tengo un céntimo.
En ese momento pasó el rey a caballo junto con su séquito y se detuvo para preguntar a qué se debía tal alboroto en la vía pública. Cada cual contó su historia, y el asunto se hizo cada vez menos comprensible. El rey, entonces, decidió arreglar el conflicto escuchando personalmente, en un lugar tranquilo, a la prostituta y al brahmán. fueron convocados al palacio sin dilación. En el gran salón del trono, el uno y la otra, conducidos entre guardias, esperaban a poder explicarse. El rey se instaló confortablemente y le preguntó al brahmán, al que interrogó primero por respeto a su casta, qué tenía que declarar.
Majestad, esta mujer me acusa de haber recurrido la pasada noche a sus servicios y no haberle pagado. Es falso, pues yo dormía junto a mi esposa.
¿Podría ella dar fe de lo que dices?
Sí, majestad. Deseo añadir que mi esposa es joven y bella, que pertenecemos a la misma casta, que honrarla no me expone a ninguna impureza, mientras que esta prostituta es de casta baja y que ya no es ni muy joven ni muy bella. Estos motivos me parecen suficientes para demostrar que digo la verdad.
El rey deseaba creer al brahmán, pero había visto y oído tantas situaciones humanas extrañas desde que era soberano e impartía justicia que los argumentos aducidos y el testimonio de una esposa no le parecían necesariamente convincentes del todo.
Le dio la palabra a la prostituta:
¿Y usted, señora, qué tiene que declarar?
Majestad, ya no soy muy joven, y mi casta es ciertamente baja. ¿Significa esto que se pueda hacer uso de mi persona sin desembolsar? La pasada noche, este hombre me ha visitado en un sueño. ¡Nunca me atreveré a contaros lo que ha exigido de mí, Majestad, y esto ha durado desde medianoche hasta el alba! Insisto en recibir el justo precio de mis servicios.
El rey permaneció por un momento tranquilo y silencioso. Finalmente declaró:
Mujer, va usted a recibir el justo pago de esta deuda.
El brahmán creyó atragantarse al oír dictar semejante sentencia, pero no osó protestar. Permaneció inmóvil, súbitamente persuadido de que pagaba con intereses una falta, por él olvidada, pero terrible, cometida en una vida anterior.
El rey no hizo más que un signo, y un esclavo trajo un amplio espejo. El rey señaló el suelo, el espejo quedó depositado allí, en medio del salón del trono. El soberano invitó al brahmán a colgar de una cuerda su bolsa con lo que contenía. La cuerda se colgó el anillo que en tiempo de calor sujetaba en el techo del salón el abanico de hojas palma. Entonces el rey intimó a la prostituta:
Le ruego que coja la bolsa en el espejo.
Pero no puedo coger la bolsa en el espejo, deseo dinero contante y sonante, palpable!
Cógela o vete-dijo el rey-¡El justo precio de un sueño es una bolsa en un espejo!

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