jueves, 8 de mayo de 2014

El esclavo

   Un rico terrateniente había desalentado a toda la población de las localidades circundantes. Era tan avaro y exigente que todos, uno detrás de otro, habían abandonado sus campos. Falto de brazos para labrar sus tierras, pronto se vio forzado a dejar en barbecho buena parte de ellas, y obligaba a su mujer y a sus hijos a cultivar el resto, una superficie tan extensa que los pobres desgaciados estaban demacrados, alelados y cansados. Un monje llegó a su puerta para pedir. Su rostro era tan bello y su aspecto tan distinguido que el avaro no se atrevió a negarle una limosna. Pero, como no sabía dar sin recibir, una vez ofrecido su insignificante óbolo, empezó a lamentarse por la mala suerte que le condenaba a él y a su familia a doblar el espinazo sobre una tierra que ningún obrero quería cultivar. El monje le escuchaba atentamente. Cuando cesó la queja, saludó y se dispuso a marchar de nuevo. Pero el rico mendigó la ayuda del renunciante.
Ayudame-le pidió.
Voy a darte un mantra, una fórmula mística y secreta-dijo el monje-. Repítelo con el corazón puro y pon mucha atención a tus pensamientos cuando lo pronuncies: ¡este mantra es tan poderoso que materializa los deseos!
Le dijo al oído las palabras secretas, repitió una vez más que era preciso purificar los deseos antes de utilizarlo y luego prosiguió su camino.
Cuando la mujer y los niños regresaron al anochecer, encontraron al amo del lugar con la mirada perdida, murmurando su mantra. Estaba tan ocupado que no estuvo ni triste ni violento. pudieron alimentarse sin que les reprochara cada bocado, y se fueron a la cama sin que les despreciara o tachara de holgazanes. Al día siguiente, continuó con la mirada perdida, murmurando su mantra. Su familia se alegraba del cambio operado en él. Empezaron a estimarle, a descubrir cualidades en él. Mil días permaneció encerrado en su mantra, obstinado en decirlo y repetirlo sin cesar. A la milésima tarde, el fruto de sus deseos surgió de repente ante él. Era un demonio alto y ancho:
Amo-le dijo-, soy tu obediente esclavo, totalmente entregado a tu servicio. Debes saber, sin embargo, que haré todo cuanto quieras a condición de que no me dejes desocupado ni un instante. si tuviese que permanecer un instante inactivo, mi naturaleza me empujará a devorarte de inmediato.
El hombre sonrió: sabía que sus tierras eran vastas y que no habían sido laboradas. El brioso demonio, dispuesto a trabar para él, era sin duda un regalo de los dioses. Le envió, pues, a limpiar todas sus tierras baldías, y se fue, sonriente, a anunciar la noticia a su esposa.
Mujer, se acabaron nuestras penurias. He recibido, como fruto de mis plegarias y respuesta de mis deseos, un demonio tan poderoso como industrioso. De ahora en adelante, él trabajará nuestras tierras.
A la esposa le asustó un poco el regalo, pero no osó ni preguntar ni expresar su inquietud. En el tiempo que tardó en tomar un baño e instalarse para cenar, el demonio había regresado.
Amo, he limpiado todas tus tierras incultas.
El susodicho amo quedó tan sorprendido ante tanta rapidez que sospechó alguna impostura. Se subió a la espalda del esclavo que repetía:
Y ahora, ¿qué debo hacer? Y ahora, ¿cuál es mi labor? Y ahora, ¿cuáles son tus órdenes?
Enseñame mis dominios y el trabajo realizado.
Se marcharon, pues, juntos en viaje de inspección.
Hasta donde alcanzaba la vista, los campos estaban removidos, la tierra ofrecía sus surcos a las aves que estaban de jolgorio con las lombrices que huían entre los húmedos terrones. Bajo los árboles, las ramas secas estaban atadas en gavillas, los árboles frutales estaban despejados, podados, rodrigados de nuevo. El hombre se maravilló. El demonio preguntó por última vez:
¿Tengo faena o debo devorarte?
El otro, con el corazón palpitante, le respondió precipitadamente:
Ahora consigue granos y siembra.
Ya casi era la noche, las tiendas de grano, situadas a leguas de allí, debían estar cerradas a esa hora tardía. Pensaba haber ganado tiempo. Por desgracia, aún no se había sentado en su porche cuando el demonio regresó. Había despertado al comerciante, quien, aterrorizado, le había procurado todo el grano deseado. Había sembrado los campos recientemente labrados con un único y amplio gesto.
Y ahora- le dijo-, ahora, ¿qué debo hacer?
Cava una cisterna para recibir toda el agua de las lluvias del monzón para que mi familia y mis tierras no vuelvan a sufrir sed.
Dicho y hecho. El tiempo de una taza de té que se le quedó atragantada, y el hombre volvió a toparse con el demonio radiante, orgulloso de sí mismo, en un abrir y cerrar de ojos.
¡trabajo! ¡TRabajo! ¡Rápido, mi amo, rápido!
Cava un pozo hasta el corazón de la tierra, encuentra el agua que calientan los dioses para sus abluciones y haz que mane en un estanque profundo para que yo pueda bañarme siempre como me plazca. El demonio volvió a marcharse, y su amo se desmoronó, pues sabía que,  por muy profundo que tuviera que cavar, ¡no pasaría mucho tiempo antes de que su esclavo lo devorara! Su esposa, viéndole abatido, se inquietó del pánico que se había apoderado de él:
¿Qué te ocurre?
En cuanto le falte trabajo, ese demonio me devorará. ¡ Y actúa tan rápido que no podré mantenerle ocupado pro mucho tiempo!
¿Sólo es eso?-le contestó la esposa-. No te aflijas. Cerciorate de que lleva a cabo todo cuanto había que hacer, pues tardarás en volver a encontrar a un obrero tan eficaz. Cuando no tengas ya nada que pedirle, enviamelo, yo lo mantendré ocupado. La noche aún no había concluido cuando el demonio se alzó ante su amo. Había cavado la tierra, encontrado y construido un estanque para recibirla.
Amo, tu baño está listo. ¿Qué deseas de mí ahora?
Ve a ver a mi esposa, tiene trabajo para ti. Cuando esté terminado, podrás devorarme. Mantenerte ocupado noche y día es una labor demasiado pesada para mi pobre cabeza.
Se sentía desconsolado al recordar que habría debido controlar sus pensamientos mientras recitaba el mantra.
<<¿Eran mis deseos tan tiránicos, voraces? ¿Con qué terrible reencarnación pagaré esta vida?>> Las lágrimas rodaron sobre sus mejillas, sobre sus manos. Permaneció absorto sin ver pasar una primera noche,  y una segunda, y una luna. Transcurrió mucho tiempo. Reconciliado con la idea de su muerte, salió de su sopor. Le extrañó ver que lo plantado en sus campos había brotado ya de la tierra, que habían pasado tantos días. Corrió hacia la casa, temeroso de que el demonio hubiese devorado a su esposa cuando a ésta le hubiera faltado ocupación para darle. La casa estaba apacible, alegre. Los niños canturreaban, su esposa entró en el salón, con una sonrisa en los labios.
_¿Y el demonio?-le preguntó.
¡Oh, lo he mantenido ocupado! Ha reparado el tejado, agrandado la casa, pintado las paredes, zurcido toda nuestra ropa, hilado sábanas para nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos, y luego le he confiado uno de mis cabellos.
¿Le has confiado uno de tus cabellos? ¿Para qué?
Mis cabellos son rizados, ya lo sabes. Simplemente le he pedido que desrizara uno, que me lo devolviera liso y lacio.
Lo ha conseguido, sin duda. no hay nada que ese demonio no pueda hacer.
No. Lo ha intentado. Lo ha mojado para estirarlo, pero al secarse, el pelo se rizaba como nunca. Entonces lo ha golpeado, pero, aun cuando con el tratamiento llegó a tener algunos ángulos, no se rizaba menos. Finalmente, deseoso de enderezarlo al fuego, al que nada se resiste, fue donde el herrero y lo sometió a la llama. Cuando regresó para decirme que mi pelo había desaparecido, le pedí que lo encontrara y que no regresara sin él.
El hombre besó las manos de su esposa. Aliviado, en lo sucesivo prefirió pagar el precio de todas las cosas antes que arriesgarse a se devorado por sus demonios.

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