jueves, 8 de mayo de 2014

El disertante

   Un hombre llegó a un pueblo con una banqueta. ubicándola en la plaza, se subió a ella y, parlante en mano, empezó a hablar con determinación a la gente que pasaba. en su discurso la invitaba a disfrutar del amor, de la comunicación, a escucharse unos a otros. casi doscientas personas lo aplaudieron cuando el disertante se bajó de la improvisada tarima.
a la mañana siguiente, otra vez el disertador llegó a la plaza y, desde su banqueta, habló para los transeúntes. También esta vez más de un centenar de personas lo escuchó exponer sobre la comunicación y sobre el amor.
Cada día el hombre iba a la plaza y hablaba, cada vez más pasional y cada vez más claro y vehemente en su discurso. sin embargo, por alguna razón, cada día menos gente se detenía a escucharlo. Hasta que, en efecto, el día 14, nadie, pero absolutamente nadie fue a escucharlo. De cualquier modo, él hizo su habitual discurso, exactamente como si miles de personas atendieran sus palabaras.
Y así continuó haciéndolo. Todos los días el hombre iba a la plaza y , subido al banquito, ya sin megáfono, hablaba apasionado de la importancia del amor y de escuchar al prójimo. La plaza, sin embargo, seguía desierta.
Una mañana, uno de los comerciantes de la zona se le acercó amorosamente y le dijo:
Disculpe, señor, usted ha venido aquí a la plaza durante un mes. Al principio mucha gente lo escuchaba. Cada vez vinieron menos personas, hasta que desde hace quince días nadie viene a escucharlo. ¿Para qué sigue hablando? Al principio yo podía entenderlo, pero ahora...ahora, la verdad, ya no lo entiendo.
Lo que pasa es que al principio yo hablaba para convencer a otros-dijo con entusiasmo el disertante-. Hoy, en cambio, hablo para estar seguro de que ellos no me han convencido a mí.

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