martes, 6 de mayo de 2014

El santo y el picador


   Había una vez un devoto derviche que creía que era su obligación reprochar a quienes cometían maldades e imponerles pensamientos espirituales, para que encontrasen el buen camino. Lo que, sin embargo, no sabía este derviche era que un maestro no es únicamente el que dice cosas a los demás actuando conforme a principios fijos. A menos que el maestro conozca exactamente cuál es la situación interna de cada estudiante, puede producir lo contrario de lo que desea.

No obstante, este devoto encontró un día a un hombre que jugaba en exceso y que no sabía cómo curarse de ello. El derviche se situó frente a la casa de dicho hombre. Siempre que éste salía hacia la casa de juego, el derviche colocaba una piedra para marcar cada pecado, formando un montón que fue acumulando como recordatorio visible del vicio. Cada vez que aquel hombre salía, se sentía culpable. Cada vez que volvía, veía otra piedra en el montón. Cada vez que el devoto añadía una piedra al montón, sentía cólera contra el jugador y un placer personal (que él llamaba "bienaventuranza divina") por haberle recordado su pecado.

Este proceso continuó durante veinte años. Cada vez que el jugador veía al devoto se decía a sí mismo:

"¡Ojalá pueda entender la bondad! ¡Qué gran santo trabaja por mi redención! ¡Ojalá pudiera arrepentirme y simplemente volverme como él, ya que él está seguro de tener un lugar entre los elegidos cuando llegue el tiempo del desquite!"

Así pues, sucedió que ambos hombres murieron el mismo día, a causa de una catástrofe natural. Un ángel vino a tomar el alma del jugador, diciéndole con amabilidad:

Has de venir conmigo al paraíso.

Pero, dijo el jugador, ¿cómo puede ser esto? Soy pecador y debo ir al infierno. ¿No estarás buscando al devoto que se sentaba enfrente de mi casa ya que ha estuvo intentando reformarme durante dos décadas?"

¿El devoto?, dijo el ángel. No, está siendo llevado a las regiones inferiores, pues ha de ser achicharrado sobre un asador.

¿Qué clase de justicia es ésta?, exclamó el jugador, olvidándose de su situación, ¡has debido de tomar las instrucciones al revés!.

Como voy a explicarte, no es así, contestó el ángel, es de la siguiente manera: el devoto ha estado complaciéndose a sí mismo durante veinte años con sentimientos de superioridad y de mérito. Ahora le toca reequilibrar la balanza. En realidad, él ponía aquellas piedras en aquel montón para sí mismo, no para ti.

¿Y qué hay de mi recompensa?, ¿qué es lo que yo por méritos propios he ganado?, preguntó el jugador.

Has de ser recompensado, porque cada vez que pasabas delante del derviche, pensabas en primer lugar acerca de la bondad y en segundo lugar acerca del derviche. Es la bondad, y no el hombre, la que está recompensando tu fidelidad.

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