viernes, 26 de diciembre de 2014

Cómo lo dices

   Una sabia y conocida anécdota árabe dice que en una ocasión un sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó a llamar a un adivino para que interpretase su sueño.
¡Qué desgracia, mi señor! -exclamó el adivino-, cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
¡Qué insolencia! -gritó el sultán enfurecido-, ¿cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más tarde ordenó que le trajesen a otro adivino y le contó lo que había soñado. Éste, después de escuchar al sultán con atención, le dijo:
¡Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes.
Se iluminó el semblante del sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salia del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer adivino. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
Recuerda bien, amigo mío -respondió-, que todo depende de la forma en el decir, uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender el arte de comunicarse. De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que debe de ser comunicada es lo que provoca en algunos casos, grandes problemas. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado.

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